La primera década de gobierno de la dictadura militar es un
intervalo de tiempo especialmente significativo para examinar cómo se
manifiesta la confluencia de la cultura comunista y la cultura socialcristiana
al interior de las organizaciones que modelan la sociedad civil y su relación
con el Estado.
Sin embargo el fenómeno no sólo cobra presencia en este
intervalo de tiempo sino que su existencia permanece a lo largo de los últimos
70 años de la historia de Chile.
7.1.- La influencia comunista y demócrata cristiana en la
evolución del movimiento obrero.
El Partido Comunista nace en el seno de la clase obrera para
representar y defender sus intereses en la sociedad política, rol que disputan
con él las organizaciones identificadas
con la matriz expresada en el Partido Socialista, hasta fines de la primera
mitad del siglo XX, cuando aparece en la escena social y política la Falange primero
y posteriormente el Partido Demócrata Cristiano.
Hasta la puesta en marcha de la reforma agraria de Eduardo
Frei Montalva la presencia de los trabajadores agrícolas en la estructura
sindical era marginal, su masiva incorporación es mérito de la promulgación de
la ley de sindicalización campesina implementada junto a la reforma agraria de
los años 60. La fuerte presencia de la democracia cristiana en el plano
dirigencial de las organizaciones de primer, segundo y tercer grado de
trabajadores del agro y la decisión de incorporarse a la Central Única de
Trabajadores significó un aumento de su poderío cualitativa y
cuantitativamente. Esto se expresará en el hecho que durante la dictadura
militar un militante del Partido Democratacristiano y trabajador del agro,
Manuel Bustos, asume el liderazgo del Comando Nacional de Trabajadores y
posteriormente la presidencia de la CUT. Sufrió por ello largos períodos de
pérdida de libertad, siendo incluso en ocasiones relegado a zonas inhóspitas
del país. En reconocimiento de su
performance en tal calidad, su figura es posicionada en la historia del movimiento sindical junto
Clotario Blest y Luis Emilio Recabarren, considerados los “padres” del
sindicalismo chileno. No es por cierto el único, Jorge Seguel (trabajador del cobre) María Rosas (profesora) y Ricardo Hormazábal
(empleado bancario) son dirigentes que junto a otros líderes comunistas como,
la actual presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa o el líder ferroviario
detenido desaparecido Fernando Navarro, dejarán su huella en la evolución
reciente del sindicalismo, aunque sería injusto no mencionar que su acción se
mimetiza con la obra de otros como el socialista Arturo Martínez o el radical
Tucapel Jiménez, asesinado por esbirros
de la dictadura que, por cierto forma parte,
de la leyenda del movimiento sindical chileno.
Entre los muchos aportes que ha significado la presencia del
socialcristianismo en el sindicalismo chileno es posible destacar su aporte en
la proyección de la acción sindical al ámbito profesional y sectorialmente a la
banca y el magisterio. También cabe destacar que la influencia de la iglesia
católica llega al sindicalismo de la mano de la democracia cristiana. Al
respecto hay que mencionar que en las zonas de explotación del salitre en el
norte y del carbón en el sur a principios de siglo XX, sólo había una reducida
presencia de iglesias evangélicas por lo cual el rol de consejería o guía
espiritual muchas veces requerido, para resolver conflictos, en especial de
carácter familiar, era asumido por los propios dirigentes sindicales. Durante
la dictadura militar la acción comprometida de la Iglesia, organismos como el
comité pro paz primero, la vicaría de la solidaridad después, y en este
particular caso la pastoral obrera, tendieron un manto protector que permitió,
a los líderes y activistas que se atrevían, desplegar su acción, desafiando los
bandos militares que habían declarado en receso a sus organizaciones y
perseguido a sus dirigentes.
7.2.- La relación
sociedad civil sociedad política en el auge y caída de la dictadura.
A los pocos meses de instalado Pinochet en el poder develó
sus intenciones y el rápido retorno a los cuarteles esperado por los líderes
democratacristianos cayó por su propio peso. El dictador, para afianzar su
legitimación en el poder, profundizó y extendió la violencia alcanzando la
acción represiva a afectar incluso a la propia Democracia Cristiana.
Roto los delicados lazos que intentó establecer en un
comienzo con la dictadura el Partido Democratacristiano asumió un importante
rol político en el liderazgo de la resistencia civil. El Partido Comunista, en
tanto, fiel a su responsabilidad política, apostó a una acción encausada hacia
el logro de un desenlace político antes que militar, y apelando a su condición
de partido de masas su presencia era un factor condicionante del éxito en las
escasas acciones que las condiciones permitían realizar, por lo general de
carácter reactivas.
La sociedad civil se expresaba también, además de las
instituciones de iglesias ya mencionadas, en la acción de la ONGs. Con el apoyo
de la cooperación internacional, y en las organizaciones del movimiento
estudiantil, sindical, y principalmente vecinal que desafiaron las
prohibiciones y la propia acción represiva. Allí confluía y de mimetizaban las
acciones de bases de todas las organizaciones políticas comprometidas con la
resistencia.
Los liderazgos eficientes y de carácter nacional de la lucha
contra la dictadura sólo se manifestaron con meridiana claridad con
posterioridad al año 1983 con el
propósito de dar dirección y capitalizar políticamente las movilizaciones
generadas en torno a las jornadas de protesta.
Primero surge la “Asamblea de la Civilidad” que reunió a
sindicatos, federaciones estudiantiles, colegios profesionales y partidos
políticos. Estos últimos configuraban 2 agrupaciones, la Alianza Democrática
hegemonizada por la Democracia Cristiana y el Movimiento Democrático Popular
hegemonizado por el Partido Comunista. Esta división se explica por las
diferentes estrategias de acción implementada por ambas colectividades
políticas, la que estaba dada por el uso de todas las formas de lucha, incluido
el componente amado en un caso, y el privilegio de la acción política en el
otro, para provocar el desenlace democrático.
La aplicación
práctica de la estrategia de la “rebelión popular de masas”, (Corvalán Lépe,
L., “El Derecho del pueblo a la rebelión es indiscutible”. Discurso pronunciado
el 3 de septiembre de 1980, con motivo del décimo aniversario de la victoria de
la Unidad Popular, en Boletín Exterior del Partido Comunista de Chile N° 43, septiembre-octubre
1980), que en lo fundamental legitima el uso
del sabotaje y la acción armada en la lucha para derrotar la dictadura,
provocará un antes y un después en la confluencia de ambos partidos en la
acción de los siguientes 10 años, intervalo en el cual se desencadena y produce
el desenlace democrático. Como es sabido éste se encausa por una vertiente
política y negociada.
Contribuyeron a la creación de condiciones para el
desencadenamiento del desenlace democrático la secuencia de jornadas de protestas
que provocaron el proceso de desestabilización e ingobernabilidad,” y el
plebiscito del “si y el no” que sancionaba fecha y procedimientos de entrega
del poder a la civilidad en el marco de los “amarres” aprobados por la
Constitución que establecía un régimen transitorio a partir del año 1980 y
definitivo 10 años después. En la convocatoria y organización de las protestas
ambos partidos juegan un rol protagónico, no así en el plebiscito que legitima
la Constitución de Pinochet que es
ignorado por el Partido Comunista y en el plebiscito del si y el no, donde si
bien se incorpora al trabajo por el triunfo del no, lo hace tímidamente y sin
convicción.
Hacia el año 1983 correspondía negociar colectivamente
salarios y condiciones de trabajo de los sindicatos asociados a federaciones
que formaban parte de la Confederación del Cobre, al interior de los cuales la
influencia de los partido Comunista, Democratacristiano y Socialista (todos
ellos en una posición beligerante contra la dictadura) no tenía contrapeso
alguno. Los dirigentes más lucidos, influenciados por cierto por sus
respectivos partidos, coincidieron que las condiciones estaban dadas para
aprovechar la ocasión y forzar la negociación hacia una huelga que, extendida
en el tiempo, “encendiera la mecha” y se proyectara hacia una huelga general,
convocada en este caso por el Comando Nacional de Trabajadores, y pusiera en jaque a la dictadura. Alertada de la situación la gerencia de la
Corporación del Cobre se adelanta a los hechos levantando una oferta que
sobrepasa las expectativas de los trabajadores más optimistas y los dirigentes
deben aceptar.
Quedando “sin piso” la
pretendida huelga del cobre, ésta es reemplazada por el llamado a la
primera jornada de protesta, para
efectuarse el 8 de mayo de 1883. La convocatoria es realizada en Rancagua por
la plana mayor de la Confederación del Cobre liderada por el democratacristiano
Rodolfo Seguel y secundado por dirigentes comunistas y socialistas, rápidamente
el llamado fue apoyado por dirigentes del
Comando Nacional de Trabajadores, a cuya cabeza se encontraba Manuel Bustos. La
segunda protesta se realizó el 14 de junio convocada por el conjunto de
organizaciones que acogían al sindicalismo de oposición y la tercera fue
organizada por el Comando Nacional de Trabajadores el 12 de julio y tuvo como
saldo dos muertos, durante el resto del año se realizaron dos nuevas protestas,
la cuarta que abarcó dos días (11 y 12 de agosto) con 17 mil soldados en las
calles, que provocaron 29 muertos, 200 heridos y más de un millar de
manifestantes detenidos y la quinta duró cuatro días, se realizó en septiembre
y en ella murieron nueve personas.
Durante el año 1984 se realizaron 5 nuevas jornadas de protesta, y durante el
año 1985 este número aumentó, aumentando también en cada una de ellas la
participación de manifestantes, la radicalidad y con ella la represión, y por
cierto, el número de personas muertas producto de la represión policial y
militar. El ciclo de jornadas se cierra con la de mayor convocatoria y radicalidad
realizada el 2 y 3 de julio del año 1986.
El esfuerzo de la “cabeza política” de la dictadura por
iniciar una retirada negociada con los
líderes del ala más derechista de la Alianza Democrática determinó que los
partidos vinculados a ella no se involucraran en el llamado a nuevas protestas,
considerando que con ellas se contribuía a “contaminar” el escenario de la
negociación.
Sucesos acontecidos posteriormente como el atentado contra
Pinochet y el desembarco de armas en Carrizal Bajo profundizaron las
diferencias entre la Alianza Democrática y el Movimiento Democrático Popular
dejando a los conglomerados políticos vinculados a éste último fuera del
proceso de la negociación pactada que
“cocinó” desenlace democrático.
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