REFLEXIONES SOBRE


EL NEOLIBERALISMO EN CHILE.
ESTALLIDO SOCIAL Y PROCESO CONSTITUYENTE EN CHILE
TAMBIÉN SE INCLUYE
REFERENCIAS A PUBLICACIONES SOBRE MOVIMIENTOS SOCIALES Y ECONOMÍA POLÍTICA .
INFORMACIÓN SOBRE TRABAJO DE GESTIÓN Y ADMINISTRACIÓN EN INSTITUCIONES Y ORGANIZACIONES SOCIALES
Y
VIDEOTECA SOCIAL (muestra de películas emblemáticas de denuncia social, en los diferentes géneros expresados en la historia del cine)

viernes, 3 de enero de 2014

7.- PRESENCIA DE LA CULTURA COMUNISTA Y LA CULTURA SOCIALCRISTIANA EN LA SOCIEDAD CIVIL




La primera década de gobierno de la dictadura militar es un intervalo de tiempo especialmente significativo para examinar cómo se manifiesta la confluencia de la cultura comunista y la cultura socialcristiana al interior de las organizaciones que modelan la sociedad civil y su relación con el Estado.
Sin embargo el fenómeno no sólo cobra presencia en este intervalo de tiempo sino que su existencia permanece a lo largo de los últimos 70 años de la historia de Chile.


7.1.- La influencia comunista y demócrata cristiana en la evolución del movimiento obrero.
El Partido Comunista nace en el seno de la clase obrera para representar y defender sus intereses en la sociedad política, rol que disputan con él las organizaciones  identificadas con la matriz expresada en el Partido Socialista, hasta fines de la primera mitad del siglo XX, cuando aparece en la escena social y política la Falange primero y posteriormente el Partido Demócrata Cristiano.
Hasta la puesta en marcha de la reforma agraria de Eduardo Frei Montalva la presencia de los trabajadores agrícolas en la estructura sindical era marginal, su masiva incorporación es mérito de la promulgación de la ley de sindicalización campesina implementada junto a la reforma agraria de los años 60. La fuerte presencia de la democracia cristiana en el plano dirigencial de las organizaciones de primer, segundo y tercer grado de trabajadores del agro y la decisión de incorporarse a la Central Única de Trabajadores significó un aumento de su poderío cualitativa y cuantitativamente. Esto se expresará en el hecho que durante la dictadura militar un militante del Partido Democratacristiano y trabajador del agro, Manuel Bustos, asume el liderazgo del Comando Nacional de Trabajadores y posteriormente la presidencia de la CUT. Sufrió por ello largos períodos de pérdida de libertad, siendo incluso en ocasiones relegado a zonas inhóspitas del país. En reconocimiento de  su performance en tal calidad, su figura es posicionada  en la historia del movimiento sindical junto Clotario Blest y Luis Emilio Recabarren, considerados los “padres” del sindicalismo chileno. No es por cierto el único,  Jorge Seguel (trabajador del cobre)  María Rosas (profesora) y Ricardo Hormazábal (empleado bancario) son dirigentes que junto a otros líderes comunistas como, la actual presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa o el líder ferroviario detenido desaparecido Fernando Navarro, dejarán su huella en la evolución reciente del sindicalismo, aunque sería injusto no mencionar que su acción se mimetiza con la obra de otros como el socialista Arturo Martínez o el radical Tucapel Jiménez, asesinado  por esbirros de la dictadura que, por cierto forma parte,  de la leyenda del movimiento sindical chileno.
Entre los muchos aportes que ha significado la presencia del socialcristianismo en el sindicalismo chileno es posible destacar su aporte en la proyección de la acción sindical al ámbito profesional y sectorialmente a la banca y el magisterio. También cabe destacar que la influencia de la iglesia católica llega al sindicalismo de la mano de la democracia cristiana. Al respecto hay que mencionar que en las zonas de explotación del salitre en el norte y del carbón en el sur a principios de siglo XX, sólo había una reducida presencia de iglesias evangélicas por lo cual el rol de consejería o guía espiritual muchas veces requerido, para resolver conflictos, en especial de carácter familiar, era asumido por los propios dirigentes sindicales. Durante la dictadura militar la acción comprometida de la Iglesia, organismos como el comité pro paz primero, la vicaría de la solidaridad después, y en este particular caso la pastoral obrera, tendieron un manto protector que permitió, a los líderes y activistas que se atrevían, desplegar su acción, desafiando los bandos militares que habían declarado en receso a sus organizaciones y perseguido a sus dirigentes.    
7.2.-  La relación sociedad civil sociedad política en el auge y caída de la dictadura.
A los pocos meses de instalado Pinochet en el poder develó sus intenciones y el rápido retorno a los cuarteles esperado por los líderes democratacristianos cayó por su propio peso. El dictador, para afianzar su legitimación en el poder, profundizó y extendió la violencia alcanzando la acción represiva a afectar incluso a la propia Democracia Cristiana.
Roto los delicados lazos que intentó establecer en un comienzo con la dictadura el Partido Democratacristiano asumió un importante rol político en el liderazgo de la resistencia civil. El Partido Comunista, en tanto, fiel a su responsabilidad política, apostó a una acción encausada hacia el logro de un desenlace político antes que militar, y apelando a su condición de partido de masas su presencia era un factor condicionante del éxito en las escasas acciones que las condiciones permitían realizar, por lo general de carácter reactivas.
La sociedad civil se expresaba también, además de las instituciones de iglesias ya mencionadas, en la acción de la ONGs. Con el apoyo de la cooperación internacional, y en las organizaciones del movimiento estudiantil, sindical, y principalmente vecinal que desafiaron las prohibiciones y la propia acción represiva. Allí confluía y de mimetizaban las acciones de bases de todas las organizaciones políticas comprometidas con la resistencia.
Los liderazgos eficientes y de carácter nacional de la lucha contra la dictadura sólo se manifestaron con meridiana claridad con posterioridad al año 1983  con el propósito de dar dirección y capitalizar políticamente las movilizaciones generadas en torno a las jornadas de protesta.
Primero surge la “Asamblea de la Civilidad” que reunió a sindicatos, federaciones estudiantiles, colegios profesionales y partidos políticos. Estos últimos configuraban 2 agrupaciones, la Alianza Democrática hegemonizada por la Democracia Cristiana y el Movimiento Democrático Popular hegemonizado por el Partido Comunista. Esta división se explica por las diferentes estrategias de acción implementada por ambas colectividades políticas, la que estaba dada por el uso de todas las formas de lucha, incluido el componente amado en un caso, y el privilegio de la acción política en el otro, para provocar el desenlace democrático.
 La aplicación práctica de la estrategia de la “rebelión popular de masas”, (Corvalán Lépe, L., “El Derecho del pueblo a la rebelión es indiscutible”. Discurso pronunciado el 3 de septiembre de 1980, con motivo del décimo aniversario de la victoria de la Unidad Popular, en Boletín Exterior del Partido Comunista de Chile N° 43, septiembre-octubre 1980), que en lo fundamental legitima el uso  del sabotaje y la acción armada en la lucha para derrotar la dictadura, provocará un antes y un después en la confluencia de ambos partidos en la acción de los siguientes 10 años, intervalo en el cual se desencadena y produce el desenlace democrático. Como es sabido éste se encausa por una vertiente política y negociada.
Contribuyeron a la creación de condiciones para el desencadenamiento del desenlace democrático la secuencia de jornadas de protestas que provocaron el proceso de desestabilización e ingobernabilidad,” y el plebiscito del “si y el no” que sancionaba fecha y procedimientos de entrega del poder a la civilidad en el marco de los “amarres” aprobados por la Constitución que establecía un régimen transitorio a partir del año 1980 y definitivo 10 años después. En la convocatoria y organización de las protestas ambos partidos juegan un rol protagónico, no así en el plebiscito que legitima la Constitución de Pinochet  que es ignorado por el Partido Comunista y en el plebiscito del si y el no, donde si bien se incorpora al trabajo por el triunfo del no, lo hace tímidamente y sin convicción. 
Hacia el año 1983 correspondía negociar colectivamente salarios y condiciones de trabajo de los sindicatos asociados a federaciones que formaban parte de la Confederación del Cobre, al interior de los cuales la influencia de los partido Comunista, Democratacristiano y Socialista (todos ellos en una posición beligerante contra la dictadura) no tenía contrapeso alguno. Los dirigentes más lucidos, influenciados por cierto por sus respectivos partidos, coincidieron que las condiciones estaban dadas para aprovechar la ocasión y forzar la negociación hacia una huelga que, extendida en el tiempo, “encendiera la mecha” y se proyectara hacia una huelga general, convocada en este caso por el Comando Nacional de Trabajadores,  y pusiera en jaque a la dictadura.  Alertada de la situación la gerencia de la Corporación del Cobre se adelanta a los hechos levantando una oferta que sobrepasa las expectativas de los trabajadores más optimistas y los dirigentes deben aceptar.
Quedando “sin piso” la  pretendida huelga del cobre, ésta es reemplazada por el llamado a la primera jornada de protesta,  para efectuarse el 8 de mayo de 1883. La convocatoria es realizada en Rancagua por la plana mayor de la Confederación del Cobre liderada por el democratacristiano Rodolfo Seguel y secundado por dirigentes comunistas y socialistas, rápidamente el llamado fue apoyado  por dirigentes del Comando Nacional de Trabajadores, a cuya cabeza se encontraba Manuel Bustos. La segunda protesta se realizó el 14 de junio convocada por el conjunto de organizaciones que acogían al sindicalismo de oposición y la tercera fue organizada por el Comando Nacional de Trabajadores el 12 de julio y tuvo como saldo dos muertos, durante el resto del año se realizaron dos nuevas protestas, la cuarta que abarcó dos días (11 y 12 de agosto) con 17 mil soldados en las calles, que provocaron 29 muertos, 200 heridos y más de un millar de manifestantes detenidos y la quinta duró cuatro días, se realizó en septiembre y en ella  murieron nueve personas. Durante el año 1984 se realizaron 5 nuevas jornadas de protesta, y durante el año 1985 este número aumentó, aumentando también en cada una de ellas la participación de manifestantes, la radicalidad y con ella la represión, y por cierto, el número de personas muertas producto de la represión policial y militar. El ciclo de jornadas se cierra con la de mayor convocatoria y radicalidad realizada el 2 y 3 de julio del año 1986.
El esfuerzo de la “cabeza política” de la dictadura por iniciar una retirada negociada  con los líderes del ala más derechista de la Alianza Democrática determinó que los partidos vinculados a ella no se involucraran en el llamado a nuevas protestas, considerando que con ellas se contribuía a “contaminar” el escenario de la negociación.
Sucesos acontecidos posteriormente como el atentado contra Pinochet y el desembarco de armas en Carrizal Bajo profundizaron las diferencias entre la Alianza Democrática y el Movimiento Democrático Popular dejando a los conglomerados políticos vinculados a éste último fuera del proceso de la negociación pactada  que “cocinó” desenlace democrático.

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