“La locura forma parte de la naturaleza del ser humano”. Erasmo de Roterdam, Elogio de la locura.
Más allá de la ironía que encierra la tesis que resume el pensamiento del filósofo renacentista, (“la insensatez gobierna el mundo”), nos atrevemos a afirmar que la locura, cuando cobra presencia en la política, frecuentemente no sólo no es elogiable, sino todo lo contrario.
Los actos de locura afloran a la superficie del mundo de la política, especialmente en tiempos de crisis o cuando concluyen los ciclos, ya sean estos históricos y de connotación mundial o locales y hasta pasajeros.
Recientemente hemos sido espectadores de primera fila de un acto de locura financiera (con inusitados y perversos efectos internacionales) de quien ostenta el cargo de presidente en un país vecino, lo que no debiera causarnos sorpresa, considerando que lo apodaban “el loco” antes de ser elegido, y talvez lo eligieron porque de repente “le pega el palo al gato” y aporta con su cuota de locura y populismo las soluciones que otros no encuentran o no se atreven a ponerlas en práctica.
Algunos en lapsos específicos de la historia lo consiguieron. Fueron los que, cual niños, jugando con ella operaron una locura “con estilo”.
Algo semejante a lo que Shakespeare identificó como “locura metódica” para expresar "ese extraño comportamiento con propósito escondido que le hace parecer loco" al Príncipe de Dinamarca.
Hay método, sin duda, en esa locura arancelaria que pretende llevar a cabo Donald Trump y tensiona al mundo entero.
Un verdadero juego de malabares para cubrir los costos que significa para una economía debilitada, los gastos que demanda el rol de liderazgo en un orden político económico mundial que a pasos acelerados deja de ser unipolar para transformarse en multipolar.
Abandonado primero a Zelenski en su aventura bélica, tal vez porque considera que le cabe a él sólo una escasa responsabilidad, y, si desde sus inicios era arriesgado pronosticar un desenlace promisorio, hoy, eso aparece mas claro.
Involucrándose después, con todo, en su llamada locura arancelaria detrás de la cual sí hay método.
¿Está matando, acaso, la globalización esa llamada locura arancelaria? Y, socavando con ello uno de los pilares del neoliberalismo.
Los objetivos fundamentales que persigue el anuncio, (hasta ahora sólo inicialmente cumplido), son aumentar los ingresos, equilibrar la balanza del comercio internacional y, en el plano político, someter a los países incorporados a su periferia, así como, debilitar a los que emergen como nuevas potencias mundiales.
En efecto, está concedida ya la promesa de los gobernantes de sus países limítrofes de reforzar las fronteras para impedir la migración ilegal y el ingreso de fentanilo.
Con los nuevos aranceles seguramente se estará en mejores condiciones para conseguir los pretendidos equilibrios internos.
Y, con el transcurso del tiempo se constatará si con aranceles más altos, se alcanzarán las holguras presupuestarias requeridas para comprar los territorios pretendidos en Globerlandia y la Franja de Gaza.
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