Lo más característico que se observa en el paisaje político de Chile y el mundo en lo que va corrido del siglo XXI, es la presencia de una ultraderecha con un perfil remozado, alcanzando una visibilidad cada vez más frecuente, y expandiendo su fortaleza en las democracias occidentales contemporáneas.
Ello se presenta asociado a un conjunto de hechos históricos que de alguna manera lo explican:
La transición de un orden político económico internacional de carácter unipolar a otro multipolar.
Presencia cada vez con mayor frecuencia de hechos políticos impredecibles y de consecuencias traumáticas, difíciles de controlar por los centros de poder, instalados en occidente, cada vez más debilitados (USA, en especial)
Expresados en los ámbitos económico (crisis y caos descontrolados), político (golpes, autogolpes, revueltas y debilitamiento de la democracia), social (desempleo estructural, pobreza, migraciones multitudinarias), cultural, (marginalidad, adicción, crimen organizado), geopolítica (atentados, conspiraciones, guerras civiles y entre países).
La forma en que este fortalecimiento de la ultraderecha se produce difiere, y se adapta a las condiciones y propiedades de cada país.
Nacimiento de nuevas organizaciones o partidos, mutación traumática de organizaciones tradicionales de derecha que se desnaturalizan, y en otros, la transformación es ejecutada con delicadeza por líderes envilecidos con el poder, llevando a cabo una labor “de joyería” como la ejecutada por Trump en el Partido Republicano.
También hay casos donde los nuevos conglomerados que se identifican con el extremismo de derecha son creados, organizados y guiados por líderes independientes (o “descolgados” de sus propias organizaciones) como Milei o Bolsonaro, pudiendo, en algunos casos, incluso, tener pasado de izquierda como Bukele.
En determinados lugares, incluso, la ultraderecha ha reaparecido con fuerza, después de haber casi desaparecido con posterioridad a la segunda guerra mundial, como es el caso de varios países de Europa de este y particularmente de Alemania
En los países donde esta “nueva” ultraderecha ha sido favorecida con el voto popular, llegando con sus representantes a la cima del poder (Italia, Hungría, Austria, Israel, Ucrania, Países Bajos), así como donde ha aumentado su esfera de influencia (Austria, Eslovaquia, Croacia, Finlandia) ha fidelizado sus premisas ideológicas tradicionales fundadas en el nacionalismo, fascismo y neofascismo tradicional, amenazando y fracturando, en algunos casos la democracia y la paz mundial.
Ello también se ha expresado en una opción por el negacionismo y desprecio de la defensa de la vida y los derechos humanos, conductas homofóbicas, xenofóbicas y hasta racistas, en especial, para enfrentar el tema de la migración.
También han optado por la violencia exagerada e indiscriminada como herramienta preferente para garantizar la seguridad ciudadana, y enfrentar el crimen organizado, incluido el reemplazo de cárceles por verdaderos campos de concentración.
En el plano económico se han mostrado partidarios de las políticas de shock profundizando el neoliberalismo, y despreciando los efectos catastróficos que provocan, especialmente entre los más vulnerables.
En la sociedad civil su discurso político enarbola un diagnóstico apoyado en eficientes campañas publicitarias que explotan las emociones y sentimientos como el miedo y el terror; mientras que, en la “solucionática” se nutre con el clásico populismo de derecha.
Sus discursos son construidos con post verdades y fake new, afianzadas por los medios y la prensa hegemónica, controlados por los mismos que controlan el poder económico.
En este contexto, las derechas tradicionales han reaccionado con un alto grado de confusión, acercándose en algunos casos a las posiciones extremas de sus referentes, (compitiendo en el mismo plano incluso con ellos), y en otros alejándose y marcando las diferencias, sin una lógica que explique tal comportamiento, porque en el fondo se trata de la existencia de dos proyectos.
Las recientes elecciones en Alemania encendieron algunas luces al respecto, difíciles aún de proyectar su posible expansión al reto del mundo, por las particularidades en que se desenvuelve allí la cuestión política.
El paisaje político de Chile durante el año 2025 estará permeado por el significado que tendrán las elecciones presidenciales y parlamentarias.
¿Cómo se incorporará en él una derecha con un perfil no muy diferente al que bosquejamos en este análisis interpretativo?
Intentaremos responder esta pregunta en la próxima nota
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