En la nota editorial anterior, afirmamos que la constitución de Pinochet estaba irremediablemente muerta, señalando que su pecado original era viabilizar una nueva forma de acumulación capitalista identificada en el discurso oficial como neoliberalismo.
Murió junto al engendro histórico que justificó su creación (dicho en la terminología marxista su fundamento económico). La mató el 18.O.
Hoy los vientos soplan en otra dirección y las elites se ven obligadas a actualizar y modernizar los instrumentos y técnicas de dominación. La urgencia es generar un nuevo marco jurídico ideológico que, en lo posible evite la ocurrencia de un nuevo 18.O.
Las elites ensimismadas en la cima del poder se farrearon todas las posibilidades que tuvieron de hacer lo que debían hacer, en el tiempo oportuno, y sin entregar demasiado protagonismo a los dominados (el pueblo), la última de esas posibilidades la generó Bachetet, desechada también por la soberbia de los poderosos.
Finalmente, como sabemos, en un momento histórico considerado "al límite", (o sea, cuando "la propia institucionalidad pendía de un hilo") se dieron la condiciones para que las propias elites abrieran las compuertas para que el pueblo jugara un rol importante en los hechos que harían historia.
Son escasas las ocasiones en que ello ocurre, lo dijo ya repetidamente en la Edad Media (aunque con otras palabras), el gran filósofo político que fue Maquiavelo cuando daba consejos a los miembros de la familia del principado de los medicci para perpetuarse en el gobierno de la Toscana.
Es lo que evita las revoluciones.
Cuando esas compuertas se abrieron no entraron todos los que debieron entrar, alegan algunos monjes embriagados de teoría e ideologismo. A ese reproche deberán responder las organizaciones que se identifican como representantes de los ausentes, así funciona la democracia representativa.
Por nuestra parte responderemos con el corolario de la reflexión de Maquiavelo, esta vez, parafraseando al propio Maquiavelo: Incorporar a los plebeyos en la escritura de la trama principal de los registros históricos es incorporar en ella la intuición de los dominados fundada en su vivencia cotidiana.
En una próxima nota editorial enfocada también en el tema, intentaremos realizar una lectura maquiavélica, en el buen sentido de la categoría, del borrador que nos han entregado los constituyentes, para comprobar si está allí presente, y en qué medida, la intuición de los dominados, cumpliendo con ello, la prueba de la blancura que nos sugirió el maestro. Dicho en otras palabras, si la intuición de "los plebeyos" que formaron parte de su elaboración, en una medida no menor, logró traspasar todas las barreras impuestas por los dueños del poder, adentro, y sobre todo afuera, del propio poder constituyente.
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