En algunos días más el primer representante de una coalición de izquierdas en ganar las elecciones presidenciales desde que Salvador Allende lo hiciera en septiembre de 1970, asumirá el control del Gobierno.
Al igual que en aquella oportunidad la coalición que el nuevo presidente lidera, Apruebo Dignidad, controlará sólo una parte Congreso. El signo que identificará al nuevo Gobierno será su opción por las transformaciones, para cuya materialización requerirá conseguir en el Parlamento votos con los cuales la coalición hoy no cuenta.
En la segunda vuelta presidencial G. Boric obtuvo el triunfo porque informalmente se plegaron otros sectores a su campaña. La articulación se formalizó cuando el presidente electo elige las autoridades de primer y segundo nivel que se harán cargo de la conducción del Gobierno. Articulación que tampoco garantizará, en un 100% el apoyo a los proyectos transformadores en el Congreso.
Sin embargo, en el escenario político post estallido social se observa la presencia de dos elementos surgidos como efecto del propio estallido que, en la dinámica política, generan condiciones para que las trasformaciones se abran paso. El proceso constituyente y un pueblo empoderado y en proceso de articulación social.
El proceso constituyente es un fenómeno cuyo análisis rebasa los objetivos de esta editorial, por ahora expondré sólo dos aristas; el debate sobre la constitución tiene una clara orientación antineoliberal, constituyéndose con ello en un poderoso impulso a las transformaciones estructurales propuestas en el programa de gobierno; impulso que será tanto más poderoso cuando los “colectivos” abandonen la lógica de los “gustitos personales” de sus operadores, y adopten una lógica que converse con la articulación natural del bloque Apruebo Dignidad como alianza política; y con ello, seduzcan a los herederos del formidable proyecto político, hoy fracturado, que era la lista del pueblo.
Lograr la articulación social es, por cierto, más complejo que conseguir la articulación política. Sin embargo, para lograr con éxito los objetivos del nuevo Gobierno es necesaria, se diría imprescindible.
Las condiciones para que ello se produzca están a la vista, si sumamos los votos conseguidos por los candidatos de la ex concertación en la primera vuelta, a los que el mismo obtuvo, y lo comparamos con los que consiguió en segunda vuelta, los números no calzan, la explicación de ello hay que buscarla en la emergencia de los conglomerados sociales surgidos en los últimos años en Chile que encontraron en el estallido social el momento oportuno para salir a la superficie.
El triunfo de Kast en primera vuelta encendió la alerta, y franjas del pueblo organizadas en el marco del estallido social como cabildos o asambleas populares, junto a movimientos sociales emergentes como el feminista, ambientalista, indigenista y otros surgidos fuera de los movimientos sociales más consolidados se incorporaron a la campaña de segunda vuelta para dar a G. Boric el espectacular triunfo del cual fuimos testigos.
Lo ocurrido hoy con los retiros previsionales, así como lo ocurrido ayer en el gobierno popular con la reforma constitucional que posibilitó la nacionalización del cobre, avala el hecho que el pueblo empoderado puede doblar la mano a las elites enquistadas aún en las alturas de la estructura de poder.
La estructuración social en el Chile de hoy es una asignatura pendiente. Para abordarla las organizaciones políticas que integran el bloque Apruebo Dignidad deberán poner sus dos pies en el Gobierno, sus dos pies en el Congreso, sus dos pies en el proceso constituyente y, sobre todo, sus dos pies “en la calle”.