La agenda política en la semana que termina estuvo determinada por el proceso de instalación del nuevo Gobierno. Conocidos los resultados de la primera vuelta presidencial, y la configuración del parlamento, se produjo la necesaria rearticulación de los partidos y grupos que forman parte del sistema político, en torno a los candidatos que disputarían la segunda vuelta presidencial. Esta rearticulación de alianzas se hizo de manera espontánea e informal, cuestión que se trasparentó de mejor forma en la alternativa que ganó la segunda vuelta.
Exigencias de gobernabilidad demandan hoy su formalización, cuestión que se materializará en el nombramiento de las autoridades de primera y segunda línea del nuevo gobierno, y en ese rol, el liderazgo del presidente electo será determinante.
Con la nominación del gabinete ministerial (24 autoridades) se arribó sin demasiadas complicaciones a la primera estación del proceso. El arribo a la segunda estación expresada en la nominación de los 40 subsecretario(a)s ha tenido mayores complicaciones, aun así, a la reunión de camaradería que asistieron las autoridades nominadas, con los presidentes de sus respectivos partidos, realizada el pasado día viernes, asistieron también como invitado(a)s personas que según lo expresó la vocera en un punto de prensa ese mismo día, serían los subsecretarios y subsecretarias que trabajarán junto a los ministros que conforman el comité político.
El anuncio de las restantes autoridades quedó aplazado para el próximo martes.
La tarea en esta nueva etapa se complicó, como se esperaba. Se trata de rearticular dos bloques articulados en principio para enfrentar una elección presidencial. Los resultados por todos conocidos los obliga a rearticularse hoy para garantizar la gobernanza del que salió vencedor (fenómeno inédito en la reciente historia política de Chile). Pero, por sobre todo, garantizar compromiso y eficacia en el cumplimiento de las tareas no sólo de gestión y administración, sino preferentemente de transformación.
Esta rearticulación, administrada por el propio presidente electo, ha estado cruzada, como era de esperarse también, por tensiones derivadas de sospechas y temores. Sospechas y temores de maximalismo de una de las partes, pero especialmente de gradualidad en materia de transformaciones de parte de los vencedores.
Tampoco aparece hasta ahora un nombre que satisfaga a todos para identificar “la criatura” que está por nacer, y otorgue identidad a la nueva alianza política en proceso de articulación. En Europa se refieren a ella como la “nueva izquierda”, asociándola a fenómenos ocurridos recientemente en países nórdicos, así como en la península ibérica, que tampoco cuadran completamente con lo que ocurre hoy en Chile.
El relato que nutre y da vida a esta alianza en proceso de articulación, está expresado en el programa de gobierno, y el compromiso a cumplirlo, se configura en el test de blancura de los elegidos para asumir las tareas allí contenidas; compromiso que, para su cumplimiento, en algunos casos, como también era de esperarse, se ha puesto en duda; al confrontarlo con la trayectoria política reciente de algunos de los nominados.
Se trata, por último, de un compromiso que, para su cumplimiento, en teoría, se dispone de un horizonte de cuatro años, los que estarán matizados, seguramente, con las complejidades e imponderables a los que todo gobierno está condenado a sufrir y, por cierto, con “los incendios”, como los que en materia de seguridad ciudadana aquejan hoy a la nación y su contención es prioridad.