La hegemonía, transparentada en la expresión ideológica de la lucha de clases, conseguida producto del control sin contrapeso de los medios de comunicación por los sectores reaccionarios, ha puesto en el centro del debate constitucional el diseño de un texto que “represente a todos y en el cual todos puedan reconocerse”.
A la adopción de este nefasto precepto, elevado a la estatura de principio, se han sumado no pocos constitucionalistas identificados con el rechazo a la constitución pinochetista, frente a lo cual es importante recordar que el único parámetro para evaluar el éxito o fracaso del desafío que decidieron enfrentar, es que el nuevo texto constitucional “abra los candados” y despeje los frenos que podrían impedir a las autoridades elegidas para conducir el Estado en un futuro mediato e inmediato, realizar los cambios que apunten a logro de la justicia y dignidad que reclama la ciudadanía y no la obligue a provocar un nuevo estallido social para conseguirlo.
Pese a la correlación de fuerzas expresada al interior de la asamblea constitucional el pronóstico que esto ocurra cobra viabilidad si este esquema de correlación de fuerzas se distorsiona en las instancias y procedimientos diseñados para elaborar el texto constitucional.
Una primera manifestación de aquello ocurre cuando sectores, desconociendo acuerdos políticos establecidos previamente, le entregan mayor poder en las instancias de dirección, a grupos comprometidos con el freno a los cambios respecto de lo transparentado en la elección misma de los constituyentes, desconociéndole al pueblo su condición de fuente de soberanía.
“El término de los dos tercios acaba la convención constitucional” desafortunada afirmación expresada por el constitucionalista Agustín Squella del grupo unidad constituyente elegido en cupo del partido liberal, causó gran revuelo en los medios, recibiendo rotunda respuesta de Marcos Barraza; acusándolo de “catastrofista y nostálgico de la democracia restringida de los acuerdos”. También reaccionó la constituyente Carolina Vilches recordando la patética celebración a brazo alzado de los congresistas cuando proceden a dictar la LESE y sepultan con ello los sueños de los jóvenes que protagonizaron la revolución pinguina.
Cuando iba a discutirse en una de las instancias grupales de la convención la cobertura y extensión del fatídico concepto de los dos tercios como criterio de aprobación y rechazo, irrumpen en la sala un conglomerado de personas identificadas con los pueblos originarios que seguramente consideraron era éste un porcentaje demasiado alto y difícil de conseguir para garantizar sus reivindicaciones ancestrales partiendo por el reconocimiento del estado nación mapuche, considerando que una nación para establecerse como tal requiere disponer de un territorio y el territorio por ellos demandados está hoy en poder de los propietarios de las empresas forestales.
El conflicto se reproducirá cada vez que los constituyentes pasen la barrera del embeleso del discurso y el simbolismo ingresando a la realidad. Pasen de la alucinante declaración de intenciones al establecimiento de las garantías para que las supuestas intenciones cobren presencia en la realidad. Es el momento de “entrar a picar” en la cuestión del poder y herir intereses.
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