Ya sabemos que todos ganaron, iremos más allá y analizaremos algunas consecuencias de sus resultados.
Es la tercera nota editorial referida al tema y será la última.
Lo dijimos en la primera y lo repetimos ahora.
Desde la óptica del progresismo el logro más edificante que arrojó el proceso eleccionario que acaba de concluir fue, el enfrentar exitosamente, con un solo candidato la elección de alcaldes en las 345 comunas del país.
Producto de ello, y soslayando las condiciones adversas en las que el proceso eleccionario se llevó a cabo, no sólo se evitó la debacle que anunciaban sus adversarios, sino que se consiguieron importantes triunfos en comunas emblemáticas y habitadas por gran número de personas, con lo cual, será mayoritaria la población que en los próximos cuatro años habitará en comunas dirigidas por alcaldes identificados con el Gobierno.
Ello permite concluir que el conglomerado de partidos declarados partidarios del oficialismo quedó mejor aspectado para enfrentar los desafíos electorales que se avecinan el próximo año respecto de los alineados en la oposición.
Estas elecciones el progresismo deberá enfrentarlas necesariamente con una alianza debidamente articulada, candidatos propios y un coherente relato que asocie las demandas de la gente con los cambios estructurales vinculados a la superación del neoliberalismo
Esta consecuencia se confirma al revisar los resultados arrojados en la elección de gobernadores, en la cual, se eligen 10 candidatos identificados con el oficialismo y sólo 6 identificados con la oposición, lo que arroja una población gobernada por líderes progresistas que supera el 70%, o sea tres de cada cuatro.
El otro resultado interesante de destacar, que se ratifica en ambos procesos electorales, es la fuerte presencia de independientes en las plantillas ganadoras, (un tercio identificados como tal en alcaldes) por lo cual también concluíamos que, en los procesos electorales binarios la balanza se inclinará por quienes logren seducir a los independientes (mientras no se modifique el sistema político electoral).
Por ello lo sucedido en Santiago y Valparaíso dejará a la oposición “marcando ocupado” por un tiempo.
En las elecciones donde la competencia no fue entre alianzas sino entre partidos, (concejales y consejeros regionales) a las organizaciones identificadas con la izquierda progresista, por un lado, al igual que por el otro a republicanos; le fue solo “reguleque”, y eso puede ser explicado por errores y torpezas cometidas en el ejercicio cotidiano de hacer política.
El efecto de aquello se expresará en la dinámica de las hegemonías al interior de los grandes bloques de los cual seremos testigos en los próximos días.
Otra interpretación de aquello en la cual coincidieron voces de ambos conglomerados se expresó como “el triunfo de la moderación” a lo cual también coinciden que el vocablo no debe interpretarse como refracción al cambio; cambio de gobierno para la oposición y cambios estructurales que apunten a los fundamentos del neoliberalismo para el oficialismo.
Los más, usan al vocablo “moderación” para explicar la derrota que sufre el candidato de la oposición en la “madre de todas las batallas”, aludiendo a que una campaña “sin filtros” basada en el uso del anticomunismo, las “face news”, los improperios, la agresión y la descalificación del adversario, utilizada en otras latitudes para alcanzar el poder por la ultraderecha, en Chile no tiene cabida.
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