Se acaba, a juicio de la flamante ministra Secretaria General de Gobierno, el peor gobierno de toda la historia.
El bloque Apruebo Dignidad, el día siguiente de la elección de primera vuelta, inició un proceso de rearticulación de la alianza que hizo posible el triunfo en la segunda vuelta. En esta trascendental tarea política jugó un rol protagónico Gabriel Boric, lo cual acrecentó su rol de liderazgo.
La rearticulación de la nueva alianza se formalizó con la configuración del gabinete ministerial, que afianza la incorporación de los partidos de la ex concertación, (democracia cristiana excluida). Este fenómeno político que debía ratificarse la semana siguiente con la nominación de los subsecretarios, demora dos semanas en materializarse. Finalmente, cuando se presentan los nombres elegidos, (junto con los delegados presidenciales y SEREMIS), se devela la razón del atraso, “la muñeca” de los nuevos liderazgos instalados al interior del comité político que hicieron valer “el peso” de las organizaciones políticas que representan, haciendo respetar su condición de “primer anillo” de la alianza.
Una tercera estación en el proceso de rearticulación se produce con la instalación del Senado y la Cámara de Diputados, donde el “reconocimiento” de nuevos sectores (no considerados en el “segundo anillo”), posibilita el control de las mesas y comisiones de ambas cámaras, labor en la cual juegan un rol hegemónico los partidos de la ex concertación junto al partido de la gente, y por ello, son retribuidos con la instalación de emblemáticos representantes de sus respectivas parroquias en los cargos de dirección.
El proceso de articulación que abre la alianza a la incorporación de nuevos sectores, incide, por cierto, en el debilitamiento del reconocimiento y adhesión al programa de gobierno, elevado a la condición de relato, y como tal, foco que orienta la ruta a seguir. Su defensa es asumida por el eje de la nueva alianza, o sea, los partidos del bloque Apruebo Dignidad. El debate al respecto ha girado en torno a conceptos como “gradualismo”, defensa de los equilibrios macroeconómicos, aprecio-desprecio a los maximalismos, manejo de la dialéctica administración, gestión y transformación, entre otros.
Los retos y desafíos que el nuevo gobierno debe enfrentar el día siguiente de su instalación obligan a las autoridades recién empoderadas a dejar atrás rápidamente “símbolos y gestos” de fin de semana, y organizar un “aterrizaje” enfrentando los retos y desafíos que caen sobre sus espaldas y “apagando los incendios” que no admiten dilación. En el corto plazo, el manejo de la pandemia y la seguridad ciudadana en el Wallmapu, los barrios periféricos de las grandes ciudades y las zonas limítrofes en el norte, perjudicados por la delincuencia, el narcotráfico y la migración fuera de control. Y en el mediano plazo las reformas tributaria, previsional y laboral compatibles con la reactivación económica que ayudarán a viabilizarlas.
Es allí, en el terreno, y no en el discurso o “el papel”, donde el debate a que nos referimos en el párrafo anterior cobra vida, significación y trascendencia.