Algunos de ellos, los políticamente más lúcidos seguramente, aprovecharon el espacio abierto para disputar en condiciones favorables con los partidos políticos su presencia en la asamblea constituyente. El éxito logrado despertó el interés por aspirar a escalar otros ámbitos en la arquitectura del poder, con menos lucidez política, y, desatadas las deslealtades, las desconfianzas, las ambiciones, la soberbia y todas las debilidades de la naturaleza humana que se desatan cuando se disputa el poder. Entonces sucedió lo que conocemos.
Está por verse lo que pasará con el compromiso asumido como conglomerado, o personalmente por los "descolgados", en su calidad de constituyentes (análisis que abordaremos en una editorial destinada específicamente a examinar todo lo que allí ocurre.)
Hay vientos de cambios, lo dijimos en la editorial difundida hace 15 días, señalamos también que la dirección e intensidad de los vientos dependerá del resultado que arroje el reparto y disputa del poder que tiene lugar hoy en dos escenarios: la asamblea constituyente y las estaciones del proceso de elección de autoridades. Con la lista del pueblo fuera del segundo escenario las elecciones de presidente y parlamentarios se parecerán más a la elección de gobernadores que a la elección de constituyentes.
Con la desestructuración de la "lista del pueblo" y la ausencia de voces propias en el debate electoral que se avecina quedará debilitada también la necesaria discusión sobre la presencia, el rol y significado de los partidos al interior del sistema político. Sobre todo, considerando que, detrás de la única mujer en disputa de la banda presidencial estarán dos de los tres partidos políticos ( el P.S y la D.C.) que forman parte de la estructura de organizaciones del sistema político vigente en los últimos 80 años en el país. Mientras que el tercero (apoyando al señalado por las encuestas como favorito para pasar a segunda vuelta) en sus más de cien años de vida ha resistido todos los embates que sabemos que ha recibido de quienes han querido "borrarlo del mapa".
Los teóricos de las movilizaciones sociales diferencian las revueltas de los estallidos en el hecho que, mientras en las revueltas es posible identificar grupos y líderes que participan, y con ello, las razones específicas que explican sus causas, demandas e injusticias que los protagonistas quieren resolver; en los estallidos sociales nada de eso es posible y la única verdad es el caos generalizado que visualizamos cuando sale a la superficie. Sus efectos se manifiestan en toda su expresión en el largo plazo. El "legado" del estallido social y su capitalización política por ahora sigue disponible para ser disputado por los bandos que construyan mejor su "reserva estratégica" y la utilicen en el momento oportuno.