Durante los dos primeros años, y algo más, de gobierno ha pasado de todo. Dos eventos electorales que provocaron terremotos políticos con efectos telúricos de sentido contrario incluidos.
En la nota que escribí cuando el presidente Boric asume la primera magistratura del país decía textualmente que:
“Los desafíos que el Gobierno deberá enfrentar podemos clasificarlos en tres grupos, los que apuntan al manejo eficiente de organismos e instituciones que forman parte de la administración del Estado, los que apuntan a abordar las transformaciones que persiguen una modificación del modelo de desarrollo, con lo que se pretende a su vez, corregir la inequidad en el reparto de la riqueza que el país genera; y el tercer grupo, los que apuntan a abordar los imprevistos y resolver los problemas causados y/o fomentados por la acción opositora”
Hoy podemos decir que, el enfrentamiento de los problemas que configuran el tercer grupo de desafíos se tomaron la agenda.
A ello contribuyeron diversos factores.
En primer lugar, la acción y el relato opositor que, focaliza su centro de atención, en la explotación de las previsibles crisis económica y crisis de seguridad ciudadana que necesariamente se desencadenarían.
Se trata por cierto de los efectos pos pandemia y pos estallido, a los cuales habría que agregar, los propios efectos de una descontrolada migración, operando en un contexto regional perfilado por la presencia del narcotráfico el crimen organizado y una desatada delincuencia urbana.
También contribuyó a aquello el incomprensible inmovilismo del Gobierno una vez instalado, a la espera del cierre del proceso constituyente que, en un diagnóstico errado, se esperaba que iba a crear las condiciones para instrumentalizar la batería de transformaciones.
El resultado lo conocemos, ese momento nunca llegó y con las transformaciones “pasó la vieja”.
Con la derrota del apruebo la oposición declaró “la muerte anunciada” del Gobierno y actúa en consecuencia, su centro de atención es ahora la disputa de hegemonía interna sustentada en la frase patentada por Carlos Larraín “al Gobierno hay que apretarlo hasta hacerlo gritar”.
Esta disputa por la hegemonía tuvo su punto de inflexión, con el cierre del segundo proceso constitucional, “se pasaron cuatro pueblos” y el resultado también lo conocemos.
No obstante ello, el triunfo del en contra, no cambió la conducta de la oposición, al contrario, la “consigna Larraín” se transformó en el eje del relato opositor.
El control del Congreso de la alianza opositora, con un bloque oficialista actuando en su interior desarticulado y fragmentado, generaba condiciones para sustentar allí una acción obstruccionista funcional al cumplimiento de los objetivos estratégicos de la derecha, “negando la sal y el agua” a cualquier iniciativa no relacionada al tema de la seguridad ciudadana.
En el intertanto el bloque oficialista (copado por jóvenes) gana experiencia en el manejo de la administración del Estado con luces y sombras (signos de corrupción incluidos).
A la acumulación de experiencia ayuda la incorporación al Gobierno de líderes y cuadros técnicos provenientes del socialismo democrático en puestos estratégicos
Con ello se gana en eficacia administrativa, pero se pierde en coherencia ideológica y sobre todo en articulación de la base política de apoyo.
El asunto de las “dos almas” fue la principal asignatura pendiente que el bloque progresista aún no logra resolver, pese a la creación de la plataforma “Contigo Chile mejor” para enfrentar unidos la elección de alcaldes.
Tiene a su haber, en cambio, la implementación una potente batería de medidas orientadas principalmente a la entrega de recursos humanos y materiales para combatir el crimen organizado que comienza a dar frutos y dejar atrás la crisis de seguridad.
Mayores éxitos son posibles de percibir en la estrategia sostenida por el Gobierno para enfrentar la crisis económica, con una inflación hoy contenida y el aparecimiento de los primeros signos de crecimiento en un tiempo menor al pronosticado.
Crisis que por lo demás afectó menos a los más pobres por efecto del arsenal de medidas de protección que se implementó basado en la entrega de bonos, subsidios, aumento de salarios y mejoramiento de condiciones de trabajo (cuarenta horas)
A ello habría que considerar también hoy, la percepción en un horizonte no lejano de una sostenida tendencia a la mantención de un alto precio del cobre, ademas de los retornos del royalty minero que ya comienza a dar sus frutos.
Ello y el mayor dinamismo económico dará al Gobierno una mayor holgura y grados de libertad para financiar gastos y medidas de caracter transformador que no pasen por el Congreso.
Están dadas las condiciones entonces hoy, para derrotar la siniestra estrategia opositora, siempre que, sin abandonar los proyectos emblemáticos en trámite en el Congreso, los mayores recursos ingresados a las arcas fiscales se utilicen en el financiamiento de beneficios que hagan sentido a la gente y reivindiquen el octubrismo.
Por ejemplo, un potente fortalecimiento de la salud pública para que acoja a los desencantados de las ISAPRES y termine en primer lugar con las listas de espera, la aplicación de alguna de las estrategias presentes en el debate académico para abordar en serio el tema de los campamentos, o, la puesta en marcha de un nuevo sistema de financiamiento universitario que, de paso, transparente y condone los préstamos “incobrables” y, los que se consideren “pagables” se asimilen al nuevo sistema propuesto.