Ninguna medida de política pública, sea ésta implementada administrativamente desde el Gobierno, o, en colaboración con el Congreso, es neutra es materia de los efectos que provoca en la sociedad civil.
En razón de ello, por definición, las políticas públicas son el resultado del equilibrio de la interacción ejercida por personas, organizaciones e instituciones que reconocen domicilio en uno o ambos estamentos.
Esta interrelación está mediada por personas, instituciones, organizaciones, grupos o conglomerado de personas que representan identidades de intereses; y en algunos casos posturas ideológicas.
Hay, por otra parte, personas o conglomerados de personas que existen o se constituyen únicamente (o primordialmente), para ejercer esta acción; son, los lobistas, partidos políticos, gremios, sindicatos, medios de comunicación, entre otros.
Así funciona, en teoría, el sistema político reconocido como democracia representativa, el instrumento utilizado para traspasar y ejercer la representación son las elecciones.
La armonía que el sistema persigue, se ve frecuentemente alterada, por las presiones que genera en su interior una sociedad de clases, siendo lo más recurrente el conflicto.
Esta propensión al conflicto puede verse peligrosamente reforzada cuando los representados perciben que, quienes ellos eligieron para representarlos cambian de bando o dejan de representarlos por las razones que sea.
Se sienten entonces con el legítimo derecho a protestar.
Y cuando ello sucede la política rebasa los canales y escenarios regulares, expresándose preferentemente “en la calle” con los ciudadanos directamente involucrados demandando consecuencia, defendiendo sus derechos y protagonizando lo que en teoría se conoce como una protesta social.
Si la armonía no se recupera La protesta puede escalar, adoptando incluso formas de vandalismo, hasta transformarse en “estallido”, especialmente, si, los liderazgos políticos son rebasados.
Las posibilidades que ello ocurra son mayores cuando los partidos populares han descuidado peligrosamente el permanente vínculo con las bases y la llamada “cultura de masas”, transformándose en organizaciones de elite.